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LUCIO NORBERTO MANSILLA - BIOGRAFIA









Nació en Buenos Aires el 2 de abril de 1789, en el hogar formado por Andrés Ximénez de Mansilla y doña Eduarda María Bravo. Se inició en la carrera de las armas combatiendo a las filas de Liniers en 1806, contra los ingleses, en socorro a la plaza de Montevideo, sitiada por lo ingleses. Durante la seguda invasión inglesa de Whitelocke a Buenos Aires, Mansilla tomó parte el 2 de julio en los combates de los Corrales de Miserere. Más tarde sirvio bajo las órdenes de Artigas en su luch conta los portugueses

En seguida de la revolución de 1810 se alistó en los ejércitos de la patria. En 1814 se incorporó al Ejército de los Andes bajos las órdenes de San Martín, en clase de capitán; peleó en Chacabuco, e hizo la campaña del sur de Chile a las órdenes de Las Heras. Fue condecorado por el gobierno chileno.

De regreso a Buenos Aires, fue enviado en 1820 en auxilio de Francisco Ramírez, distanciado y en guerra con Artigas; y a la muerte del Supremo Entrerriano fue impuesto como gobernador de Entre Ríos, con el apoyo de Estanislao López y de Rivadavia.

Alcibíades Lappas lo registra com masón iniciado en 1822 en la Logia Ejército de los Andes; siendo gobernador de entre Ríos, fundador de la Logau Gorege Washington N° 44 de al ciudad de Concepción del Uruguay.


En el Congreso Constituyente de 1826 ocupó una banca por La Rioja, y ese mismo año participó en la campaña contra el Brasil, como jefe de Estado Mayor, peleando en Ituzaingo, Camacuá y Ombú. Después de estar algunos años alejado de toda función, en 1834 fue designado jefe de Policía de la ciudad de Buenos Aires.

En la legislatura rosista se distinguió como orador; pero su mayor prestigio fue sin duda el resultado de su extraordinaria actuación en el combate de la Vuelta de Obligado, en 1845, en defensa de ese paso, contra la escuadra anglofrancesa.










LUCIO NORBERTO MANSILLA                            


Lucio Norberto Mansilla (1792-1871).    
Acuarela de C.E.Pellegrini.    
Museo Histórico Nacional.    

(01) Reseña biográfica.
(02) Fuentes.
(03) Artículos relacionados

Reseña biográfica

Nació en Buenos Aires el 2 de abril de 1789, en el hogar formado por Andrés Ximénez de Mansilla y doña Eduarda María Bravo. Se inició en la carrera de las armas combatiendo a las filas de Liniers en 1806, contra los ingleses, en socorro a la plaza de Montevideo, sitiada por lo ingleses. Durante la seguda invasión inglesa de Whitelocke a Buenos Aires, Mansilla tomó parte el 2 de julio en los combates de los Corrales de Miserere. Más tarde sirvio bajo las órdenes de Artigas en su luch conta los portugueses

En seguida de la revolución de 1810 se alistó en los ejércitos de la patria. En 1814 se incorporó al Ejército de los Andes bajos las órdenes de San Martín, en clase de capitán; peleó en Chacabuco, e hizo la campaña del sur de Chile a las órdenes de Las Heras. Fue condecorado por el gobierno chileno.

De regreso a Buenos Aires, fue enviado en 1820 en auxilio de Francisco Ramírez, distanciado y en guerra con Artigas; y a la muerte del Supremo Entrerriano fue impuesto como gobernador de Entre Ríos, con el apoyo de Estanislao López y de Rivadavia.

Alcibíades Lappas lo registra com masón iniciado en 1822 en la Logia Ejército de los Andes; siendo gobernador de entre Ríos, fundador de la Logau Gorege Washington N° 44 de al ciudad de Concepción del Uruguay.


En el Congreso Constituyente de 1826 ocupó una banca por La Rioja, y ese mismo año participó en la campaña contra el Brasil, como jefe de Estado Mayor, peleando en Ituzaingo, Camacuá y Ombú. Después de estar algunos años alejado de toda función, en 1834 fue designado jefe de Policía de la ciudad de Buenos Aires.

En la legislatura rosista se distinguió como orador; pero su mayor prestigio fue sin duda el resultado de su extraordinaria actuación en el combate de la Vuelta de Obligado, en 1845, en defensa de ese paso, contra la escuadra anglofrancesa.




Después de Caseros se trasladó a Francia, donde frecuentó la corte de Napoleón III. Casó en segundas nupcias con Agustina Ortiz de Rozas, la hermana menor de don Juan Manuel, y fue padre del general Lucio Victorio Mansilla.

Murió en Buenos Aires, víctima de la fiebre amarilla, el 10 de abril de 1871. Las autoridades nacionales no asistieron a su entierro ni le rindieron honores, y su amigo Diego de la Fuente, lo hizo con esta palabras:

“No sé, señores, en qué, ni cómo, se perpetuará algún día el nombre del vencedor del Ombú, del autor de la primera constitución provincial argentina, del organizador avisado de la policía de Buenos Aires, de un soldado de la Independencia, de un diputado al congreso del año 26, de un general recomendado a la gratitud pública por Bernardino Rivadavia; pero sí sé, y debo aquí decirlo, que el viajero argentino que remonta los ríos detiene siempre los ojos con noble orgullo en un recodo del gran río Paraná, donde un día la entereza del General Mansilla, rigiendo el pundonoroso sentimiento nacional en lucha desigual con los poderes más fuertes de la Tierra, supo grabar con sangre que no se borra derechos indestructibles de honor y de gloria. ¿Qué importa el murmullo del vulgo sobre hechos, de suyo efímeros, al pie de monumentos imperecederos diseñados por el heroísmo como la Vuelta de Obligado, donde se destacó la bizarra figura de Mansilla entre el fuego y la metralla, a la sombra, señores, no de otra bandera que aquélla que saludaron dianas de triunfo en los campos de Maipú y de Ituzaingó?”










20 de noviembre de 1845 – La Vuelta de Obligado









El 20 de noviembre de 1845, siendo el general Juan Manuel de Rosas responsable de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina, tuvo lugar el enfrentamiento con fuerzas anglofrancesas conocido como la Vuelta de Obligado, cerca de San Pedro. La escuadra agresora intentaba obtener la libre navegación del río Paraná para auxiliar a Corrientes, provincia opositora al gobierno de Rosas. Esto permitiría que la sitiada Montevideo pudiera comerciar tanto con Paraguay como con las provincias del litoral. El encargado de la defensa del territorio nacional fue el general Lucio N. Mansilla, quien tendió de costa a costa barcos “acorderados” sujetos por cadenas. La escuadra invasora contaba con fuerzas muy superiores a las locales. A pesar de la heroica resistencia de Mansilla y sus hombres, la flota extranjera rompió las cadenas y se adentró en el Río Paraná.
Fuente: Extracto para El Historiador del libro Los mitos de la historia argentina 2, de Felipe Pigna, Buenos Aires, Planeta. 2004.
Quizás uno de los aspectos más notables e indiscutidamente positivos del régimen de Rosas haya sido el de la defensa de la integridad territorial de lo que hoy es nuestro país. Debió enfrentar conflictos armados con Uruguay, Bolivia, Brasil, Francia e Inglaterra. De todos ellos salió airoso en la convicción –que compartía con su clase social- de que el Estado era su patrimonio y no podía entregarse a ninguna potencia extranjera. No había tanto una actitud nacionalista fanática que se transformaría en xenofobia ni mucho menos, sino una política pragmática que entendía como deseable que los ingleses manejasen nuestro comercio exterior, pero que no admitía que se apropiaran de un solo palmo de territorio nacional que les diera ulteriores derechos a copar el Estado, fuente de todos los negocios y privilegios de nuestra burguesía terrateniente.

En el Parlamento británico se debatía en estos términos el pedido brasileño y de algunos comerciantes ingleses para intervenir militarmente en el Plata a fin de proteger sus intereses: “El duque de Richmond presenta una petición de los banqueros, mercaderes y tratantes de Liverpool, solicitando la adopción de medidas para conseguir la libre navegación de el Río de la Plata. También presenta una petición del mismo tenor de los banqueros, tenderos y tratantes de Manchester. El conde de Aberdeen (jefe del gobierno) dijo que se sentiría muy feliz contribuyendo por cualquier medio a su alcance a la libertad de la navegación en el Río de la Plata, o de cualquier otro río del mundo, a fin de facilitar y extender el comercio británico. Pero no era asunto tan fácil abrir lo que allí habían cerrado las autoridades legales. Este país (la Argentina) se encuentra en la actualidad preocupado en el esfuerzo de restaurar la paz en el Río de la Plata, y abrigo la esperanza de que con este resultado se obtendrá un mejoramiento del presente estado de cosas y una gran extensión de nuestro comercio en esas regiones; pero perderíamos más de lo que posiblemente podríamos ganar, si al tratar con este Estado, nos apartáramos de los principios de la justicia. Pueden estar equivocados en su política comercial y pueden obstinarse siguiendo un sistema que nosotros podríamos creer impertinente e injurioso para sus intereses tanto como para los nuestros, pero estamos obligados a respetar los derechos de las naciones independientes, sean débiles, sean fuertes”.


El canciller Arana decía ante la legislatura: “¿Con qué título la Inglaterra y la Francia vienen a imponer restricciones al derecho eminente de la Confederación Argentina de reglamentar la navegación de sus ríos interiores? ¿Y cuál es la ley general de las naciones ante la cual deben callar los derechos del poder soberano del Estado, cuyos territorios cruzan las aguas de estos ríos? ¿Y que la opinión de los abogados de Inglaterra, aunque sean los de la Corona, se sobrepondrá a la voluntad y las prerrogativas de una nación que ha jurado no depender de ningún poder extraño? Pero los argentinos no han de pasar por estas demasías; tienen la conciencia de sus derechos y no ceden a ninguna pretensión indiscreta. El general Rosas les ha enseñado prácticamente que pueden desbaratar las tramas de sus enemigos por más poderosos que sean. Nuestro Código internacional es muy corto. Paz y amistad con los que nos respetan, y la guerra a muerte a los que se atreven a insultarlo”.

Se ve que Su Graciosa Majestad decía una cosa y hacía otra, porque en la mañana del 20 de noviembre de 1845 pudieron divisarse claramente las siluetas de cientos de barcos. El puerto de Buenos Aires fue bloqueado nuevamente, esta vez por las dos flotas más poderosas del mundo, la francesa y la inglesa, históricas enemigas que debutan como aliadas, como no podía ser de otra manera, en estas tierras.

La precaria defensa argentina estaba armada según el ingenio criollo. Tres enormes cadenas atravesaban el imponente Paraná de costa a costa sostenidas en 24 barquitos, diez de ellos cargados de explosivos. Detrás de todo el dispositivo, esperaba heroicamente a la flota más poderosa del mundo una goleta nacional.

Aquella mañana el general Lucio N. Mansilla, cuñado de Rosas y padre del genial escritor Lucio Víctor, arengó a las tropas: “¡Vedlos, camaradas, allí los tenéis! Considerad el tamaño del insulto que vienen haciendo a la soberanía de nuestra Patria, al navegar las aguas de un río que corre por el territorio de nuestra República, sin más título que la fuerza con que se creen poderosos. ¡Pero se engañan esos miserables, aquí no lo serán! Tremole el pabellón azul y blanco y muramos todos antes que verlo bajar de donde flamea”.

Mientras las fanfarrias todavía tocaban las estrofas del himno, desde las barrancas del Paraná nuestras baterías abrieron fuego sobre el enemigo. La lucha, claramente desigual, duró varias horas hasta que por la tarde la flota franco-inglesa desembarcó y se apoderó de las baterías. La escuadra invasora pudo cortar las cadenas y continuar su viaje hacia el norte. En la acción de la Vuelta de Obligado murieron doscientos cincuenta argentinos y medio centenar de invasores europeos.

Al conocer los pormenores del combate, San Martín escribía desde su exilio francés: “Bien sabida es la firmeza de carácter del jefe que preside a la República Argentina; nadie ignora el ascendiente que posee en la vasta campaña de Buenos Aires y el resto de las demás provincias, y aunque no dudo que en la capital tenga un número de enemigos personales, estoy convencido, que bien sea por orgullo nacional, temor, o bien por la prevención heredada de los españoles contra el extranjero; ello es que la totalidad se le unirán (…). Por otra parte, es menester conocer (como la experiencia lo tiene ya mostrado) que el bloqueo que se ha declarado no tiene en las nuevas repúblicas de América la misma influencia que lo sería en Europa; éste sólo afectará a un corto número de propietarios, pero a la mesa del pueblo que no conoce las necesidades de estos países le será bien diferente su continuación. Si las dos potencias en cuestión quieren llevar más adelante sus hostilidades, es decir, declarar la guerra, yo no dudo que con más o menos pérdidas de hombres y gastos se apoderen de Buenos Aires (…) pero aun en ese caso estoy convencido, que no podrán sostenerse por largo tiempo en la capital; el primer alimento o por mejor decir el único del pueblo es la carne, y es sabido con qué facilidad pueden retirarse todos los ganados en muy pocos días a muchas leguas de distancia, igualmente que las caballadas y todo medio de transporte, en una palabra, formar un desierto dilatado, imposible de ser atravesado por una fuerza europea; estoy persuadido será muy corto el número de argentinos que quiera enrolarse con el extranjero, en conclusión, con siete u ocho mil hombres de caballería del país y 25 o 30 piezas de artillería volante, fuerza que con una gran facilidad puede mantener el general Rosas, son suficientes para tener un cerrado bloqueo terrestre a Buenos Aires”.

Juan Bautista Alberdi, claro enemigo del Restaurador, comentaba desde su exilio chileno: “En el suelo extranjero en que resido, en el lindo país que me hospeda sin hacer agravio a su bandera, beso con amor los colores argentinos y me siento vano al verlos más ufanos y dignos que nunca. Guarden sus lágrimas los generosos llorones de nuestras desgracias aunque opuesto a Rosas como hombre de partido, he dicho que escribo con colores argentinos: Rosas no es un simple tirano a mis ojos; si en su mano hay una vara sangrienta de hierro, también veo en su cabeza la escarapela de Belgrano. No me ciega tanto el amor de partido para no conocer lo que es Rosas bajo ciertos aspectos. Sé, por ejemplo, que Simón Bolívar no ocupó tanto el mundo con su nombre como el actual gobernador de Buenos Aires; sé que el nombre de Washington es adorado en el mundo pero no más conocido que el de Rosas; sería necesario no ser argentino para desconocer la verdad de estos hechos y no envanecerse de ellos”.

El encargado de negocios norteamericano en Buenos Aires, William A. Harris, le escribió a su gobierno: “Esta lucha entre el débil y el poderoso es ciertamente un espectáculo interesante y sería divertido si no fuese porque (…) se perjudican los negocios de todas las naciones”.

Dice el historiador H. S. Ferns: “Los resultados políticos y económicos de esa acción fueron, por desgracia, insignificantes. Desde el punto de vista comercial la aventura fue un fiasco. Las ventas fueron pobres y algunos barcos volvieron a sus puntos de partida tan cargado como habían salido, pues los sobrecargos no pudieron colocar nada”.

Los ingleses levantaron el bloqueo en 1847, mientras que los franceses lo hicieron un año después. La firme actitud de Rosas durante estos episodios le valió la felicitación del general San Martín y un apartado especial en su testamento: “El sable que me ha acompañado en toda la guerra de la independencia de la América del Sur le será entregado al general Juan Manuel de Rosas, como prueba de la satisfacción que, como argentino, he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarla”.





10 DE NOVIEMBRE: DÍA DE LA TRADICIÓN - BREVE RESEÑA -









La palabra Tradición deriva del Latín "tradere" y quiere decir donación o legado.

Es lo que identifica a un pueblo y lo diferencia de los demás, es algo propio y profundo, siendo un conjunto de costumbres que se transmiten de padres a hijos. Cada generación recibe el legado de las que la anteceden y colabora aportando lo suyo para las futuras.Así es que la tradición de una Nación constituye su cultura popular y se forja de las costumbres de cada región.

El Día de la Tradición se celebra el 10 de noviembre, día que nació el escritor José Hernández, defensor del arquetípico gaucho y autor del inmortal "Martín Fierro", obra cumbre de la literatura gauchesca, relato en forma de verso de la experiencia de un gaucho argentino, su estilo de vida, sus costumbres, su lengua y códigos de honor.

La idea de propender a la institucionalización de un día que conmemore las tradiciones gauchas, correspondió al poeta Francisco Timpone, que la propuso en la noche del 13 de diciembre de 1937, en una reunión de la Agrupación llamada Bases, institución que homenajeaba a Juan Bautista Alberdi y que tenía su sede en La Plata, provincia de Buenos Aires.

El 6 de junio de 1938 la agrupación presentó ante el Senado de la provincia de Buenos Aires una nota pidiendo que se declare el 10 de noviembre como Día de la Tradición, por el natalicio en dicha fecha de José Hernández. La aprobación ante la Cámara de Senadores y Diputados fue unánime, declarada bajo la Ley Nº 4756/39, promulgada el 18 de agosto de 1939, y se publicó en el Boletín Oficial el 9 de septiembre del mismo año. La referida Ley se originó en el Senado y fueron sus autores D. Edgardo J. Míguenz y D. Atilio Roncoroni.















































































Juan Bautista Alberdi - Biografia -










(Tucumán, 1810 – Neuilly-sur-Seine, 1884)
Autor: Felipe Pigna
Juan Bautista Alberdi, el inspirador de la Constitución Nacional y uno de los más grandes pensadores argentinos, nació en Tucumán el 29 de agosto de 1810. Su madre, Doña Josefa Rosa de Aráoz de Valderrama, murió en el parto y el niño quedó al cuidado de su padre, Don Salvador Alberdi. En 1816, mientras comenzaba a sesionar el Congreso de Tucumán, Alberdi ingresaba a la escuela primaria que había fundado Manuel Belgrano. A los once años perdió a su padre, y sus hermanos Felipe y Tránsita se hicieron  cargo de él, gestionaron entonces  una beca para que pudiese continuar  sus estudios en Buenos Aires.

En 1824, con 14 años, llegó a Buenos Aires e ingresó en el Colegio de Ciencias Morales. Tenía como compañeros a Vicente Fidel López, Antonio Wilde y Miguel Cané -el padre del autor de Juvenilia– con quien comenzará una profunda amistad. Alberdi no soportaba el régimen disciplinario del colegio, que incluía encierros y castigos corporales, y le pidió a su hermano Felipe que lo sacara de allí. Dejó momentáneamente los estudios formales, pero no la lectura de pensadores europeos. Mientras trabajaba como empleado en una tienda, leía apasionadamente a Rousseau, estudiaba música, componía y daba conciertos de guitarra, flauta y piano para sus amigos. En 1831, retomó sus estudios, ingresó a la Universidad de Buenos Aires en la carrera de Leyes, pero no abandonó sus gustos musicales. En 1832, escribió su primer libro: El espíritu de la música. Buscando escapar un poco a la pesada atmósfera que imprimía el régimen rosista al ambiente intelectual de Buenos Aires, decidió continuar su formación en Córdoba, donde se graduó de Bachiller en Leyes.


En 1834, regresó a su provincia y escribió Memoria descriptiva de Tucumán. Su hermano Felipe se había convertido en un colaborador cercano del gobernador tucumano Alejandro Heredia y le solicitó una carta de recomendación para que Juan Bautista pudiera presentarla a alguna personalidad influyente de Buenos Aires. A poco de llegar a Buenos Aires, Alberdi se dirigió a la dirección indicada y allí lo esperaba el amigo de Heredia a quien le entregó la carta. Juan Facundo Quiroga leyó el escrito y le dijo al joven tucumano que le convendría estudiar en los Estados Unidos más que en Buenos Aires y que él estaba dispuesto a pagar todos los gastos. Alberdi se entusiasmó con la idea pero desistió cuando estaba a punto de zarpar. Pocos día después, en febrero de 1835, Facundo Quiroga moría asesinado en Barranca Yaco, Córdoba, y Rosas asumía por segunda vez la gobernación de Buenos Aires, esta vez con la suma del poder público.

Desde 1832, un grupo de jóvenes intelectuales venía reuniéndose en la librería de Marcos Sastre. Alberdi se incorporará a este grupo, compuesto, entre otros, por Juan María Gutiérrez y Esteban Echeverría, quien fundará el 23 de agosto de 1835 el Salón Literario, un verdadero centro cultural y de difusión de las nuevas ideas políticas, vinculadas al romanticismo europeo.

En 1837, Alberdi publicó una de sus obras más importantes, Fragmento Preliminar al estudio del Derecho, donde hacía un diagnóstico de la situación nacional y sus posibles soluciones. El texto fue duramente criticado por los antirrosistas exiliados en Montevideo porque, si bien atacaba duramente al despotismo, no hacía ninguna referencia a Rosas.

Por entonces, Alberdi alquilaba una habitación junto a Juan María Gutiérrez en la casa de Mariquita Sánchez de Thompson. Allí, en el mismo piano en el que se interpretó por primera vez el himno, Alberdi componía sus Minués Argentinos.

Durante ese mismo año, se inició en el periodismo con la publicación de La Moda, gacetín semanal de música, poesía, literatura y costumbres. Aparecieron 23 números y en sus artículos, Alberdi, que firmaba bajo el seudónimo de «Figarillo» intentando burlar a la censura del rosismo, deslizaba frases como ésta: «los clamores cotidianos de la tiranía no podrán contra los progresos fatales de la libertad».

En junio de 1838 junto a Esteban Echeverría y Juan María Gutiérrez funda la Asociación de la Joven Generación Argentina, siguiendo el modelo de las asociaciones románticas y revolucionarias de Europa. Este grupo de intelectuales pasará a la historia como la «Generación del 37».

La mazorca, la policía secreta de Rosas, comenzó a vigilar de cerca las actividades de la Asociación y comenzó la persecución. Alberdi optó por exiliarse en Uruguay dejando en Buenos Aires un hijo recién nacido y varios amores inconclusos.

Llegó a Montevideo en noviembre de 1838. Allí se dedicará al periodismo político colaborando en diversas publicaciones antirrosistas como El Grito Argentino y Muera Rosas. De ese período son también sus dos obras de teatro: La Revolución de Mayo y El Gigante Amapolas, una sátira sobre Rosas y los caudillos de la guerra civil.

En mayo de 1843, partió con Juan María Gutiérrez hacia Génova pero con destino final París, la meca de todos los románticos de la época. Llegó a París en septiembre y visitó al General San Martín con quien mantuvo dos prolongadas entrevistas. Quedó muy impresionado por la sencillez y la vitalidad del viejo general, que lo abrumó con preguntas sobre la patria.

A fines de 1843, decidió regresar a América para radicarse, como Sarmiento, en Chile. A su paso por Río de Janeiro, intentó infructuosamente entrevistar a Rivadavia.

Alberdi vivirá durante 17 años en Chile, la mayor parte del tiempo en Valparaíso, donde trabajará como abogado y ejercerá el periodismo. En uno de sus artículos publicado en El Comercio de Valparaíso dirá: «Los Estados Unidos no pelean por glorias ni laureles, pelean por ventajas, buscan mercados y quieren espacio en el Sur. El principio político de los Estados Unidos es expansivo y conquistador».

Al enterarse del triunfo de Urquiza sobre Rosas en la batalla de Caseros, el 3 de febrero de 1852, escribió en pocas semanas de trabajo afiebrado una de sus obras más importantes: Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina, que publicó en mayo de ese año en Chile y reeditó en julio acompañándola de un proyecto de Constitución. Se lo envió a Urquiza, quien le agradeció su aporte en estos términos: «Su bien pensado libro es, a mi juicio, un medio de cooperación importantísimo. No ha podido ser escrito en una mejor oportunidad.» La obra será uno de las fuentes de nuestra Constitución Nacional sancionada el 1º de mayo de 1853.

Mientras que Sarmiento había abandonado Chile para sumarse al Ejército Grande de Urquiza, Alberdi permaneció en Valparaíso, atento a los problemas argentinos. Sarmiento regresó al poco tiempo desilusionado con Urquiza y acusando a Alberdi de ser su agente en Chile. Alberdi lo calificó de «caudillo de la pluma» y «producto típico de la América despoblada» y se decidió a colaborar con el proyecto de la Confederación de Urquiza. El gobierno de Paraná lo nombró «Encargado de negocios de la Confederación Argentina» ante los gobiernos de Francia, Inglaterra, el Vaticano y España. Antes de partir hacia su misión diplomática escribió: Sistema económico y rentístico de la Confederación Argentina y De la integridad argentina bajo todos los gobiernos”. En ambos ensayos defendía las teorías liberales de Adam Smith y David Ricardo y se oponía al monopolio, al trabajo parasitario, abogando por un orden que garantizara al productor el fruto de sus esfuerzos y elevara el nivel de vida en general.

El 15 de abril de 1855, partió finalmente hacia Europa. Pasó primero por los Estados Unidos donde se entrevistó con el presidente Franklin Pierce. Luego pasó a Londres, donde conoció a la reina Victoria y, finalmente, a París, donde se radicaría por 24 años.

En 1858, se entrevistó en España con la reina Isabel II y consiguió el reconocimiento de la Confederación.

El 17 de septiembre de 1861, Mitre derrotaba en Pavón a Urquiza y ponía fin al proyecto de la Confederación. Alberdi fue despedido por Mitre de su cargo y reemplazado por Mariano Balcarce.

La situación de Alberdi no podía ser peor. Se le adeudaban dos años de sueldos como embajador y el nuevo gobierno se negaba a pagárselos y mucho menos a pagar su viaje de regreso. Comentó entonces: «el mitrismo es el rosismo cambiado de traje.»

Tuvo que quedarse en París. Sus únicos y escasos ingresos provenían del alquiler de una propiedad en Chile.

Al producirse la Guerra del Paraguay, propiciada y conducida por Mitre con el apoyo del capital inglés, Alberdi, como José Hernández y Guido Spano, apoyó decididamente la causa paraguaya y acusó a Mitre de llevar adelante una «Guerra de la Triple Infamia» contra un pueblo progresista y moderno. Escribirá entonces: «Si es verdad que la civilización de este siglo tiene por emblemas las líneas de navegación por vapor, los telégrafos eléctricos, las fundiciones de metales, los astilleros y arsenales, los ferrocarriles , etc., los nuevos misioneros de civilización salidos de Santiago del Estero, Catamarca, La Rioja, San Juan, etc., etc., no sólo no tienen en su hogar esas piezas de civilización para llevar al Paraguay, sino que irían a conocerlas de vista por la primera vez en su vida en el «país salvaje» de su cruzada civilizadora».

En 1872, bajo la profunda impresión que le produjo la derrota paraguaya en el conflicto y sus secuelas en la población del país hermano, escribió El Crimen de la Guerra donde dice: «De la guerra es nacido el gobierno militar que es gobierno de la fuerza sustituida a la justicia y al derecho como principio de autoridad. No pudiendo hacer que lo que es justo sea fuerte se ha hecho que lo que es fuerte sea justo».

Al concluir el mandato Mitre, en 1868, asumió Sarmiento y las cosas no mejoraron para Alberdi, que debió seguir postergando su regreso. No podrá hacerlo hasta 1879 cuando una alianza entre Roca y Avellaneda lanzó la candidatura de Alberdi a diputado nacional. Llegó a Buenos Aires el 16 de septiembre de ese año. A poco de arribar se le brindó una recepción de honor en la Universidad en la que fue aclamado por los estudiantes. Por esos días, se entrevistó con el presidente Avellaneda y con el ministro del Interior: Domingo Faustino Sarmiento. Todo parece indicar que el encuentro fue cordial en un clima de reconciliación. El diario El Nacional comentó: «sus luchas tenaces y ardientes polémicas eran las de dos enamorados de una misma dama, nada menos que la patria».

Pero más allá de estas grandes satisfacciones, Alberdi se había ganado en estos años enemigos poderosos como el General Mitre, que no le perdonaba su campaña a favor del Paraguay y sus acusaciones de falsear la historia y de compararse con San Martín y Belgrano, lanzadas en su obra Grandes y Pequeños Hombres del Plata.

Tuvo una participación decisiva en los debates parlamentarios sobre la Ley de Federalización de Buenos Aires, que le dio finalmente una Capital Federal a la República.

Cuando el nuevo presidente electo en 1880, Julio A. Roca quiso que el Estado argentino publicase las obras completas de Alberdi, Mitre lanzó, desde las páginas de La Nación, una feroz campaña en contra del proyecto que terminó por ser rechazado por los senadores que también rechazaron su nombramiento como embajador en Francia. Cansado y un tanto humillado decidió alejarse definitivamente del país. Partió rumbo a Francia el 3 de agosto de 1881 confesándole a un amigo: «lo que me aflige es la soledad». Murió en Neuilly-Sur-Seine, cerca de París, el 19 de junio de 1884. Sus restos fueron repatriados en 1889 y descansan en el cementerio de la Recoleta.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar




Mariquita Sánchez, la informante









Alguien que conocía muy bien a Juan Manuel de Rosas era Mariquita Sánchez. Ambos forjaron una relación cercana desde niños, por medio de conocidos y amigos en común, pero Sánchez también profundizó otra con los representantes de la Generación del 37, el movimiento intelectual que fundó el Salón Literario en Buenos Aires, al que adhirieron distintas personalidades como Domingo F. Sarmiento, Esteban Echeverría, Bartolomé Mitre, Vicente F. López, José Mármol y Miguel Cané, entre otros. Todos ellos opositores a Rosas. Muchos, queriendo evitar la persecución, emigraron a Montevideo, Chile o Bolivia, mientras que otros se alojaron en distintos lugares alejados del puerto, como Echeverría en Los Talas. Mariquita Sánchez, quien llevaba a cabo las tertulias de aquel Salón en su casa, se estableció en la capital uruguaya en 1837.

Muchos historiadores todavía no dan respuesta certera del porqué de su exilio. Desde allí, y como testigo de la invasión que llevaría adelante el general Juan Lavalle hacia Buenos Aires, Mariquita Sánchez escribió un diario dirigido al autor de El matadero, con lo que ella consideraba lo más relevante de los acontecimientos, y distintas reflexiones sobre la revolución y la ilusión de un mundo mejor.

Así se expresaba: “Mi corazón, mi pensamiento están en mi patria, desgraciada, oprimida. ¡Quién sabe a estas horas cuántas víctimas habrá! (...) Mis hijos tienen que empezar a conquistar de nuevo la libertad después de veintinueve años. A esta hora se decidía la suerte de un nuevo mundo por unos pocos hombres arrojados que se lanzaban a un océano de peligros y dificultades. No desconocían, como se piensa por algunos, la grande obra que emprendía. El más intrépido conocía que era temerario el proyecto, pero lo adoptaron, lo emprendieron y no dieron vuelta la cara. Es preciso seguir su ejemplo”.

Además de su compromiso con la patria naciente y pensamiento crítico, Mariquita será también recordada por ser la anfitriona y la pianista de la primera vez que sonó el actual Himno Nacional Argentino. Aquella Marcha Patriótica, como se la llamaba en ese entonces, se escuchó por primera vez en su casa, el 14 de mayo de 1813. Sin embargo, hay historiadores que refutan esta idea, ya que Mariquita nunca expresó ese gran momento.





Carolina Muzzilli, militante, obrera y periodista










Fue obrera textil, militante socialista y periodista feminista. Con dieciocho años se afilió al Partido Socialista y participó del Centro Socialista Femenino. La militancia de Muzzilli incluyó el dictado de conferencias sobre la situación laboral femenina, la participación en congresos y la difusión de los problemas laborales de las mujeres. Publicó artículos en La Vanguardia, órgano de prensa del Partido Socialista, fue autora de “folletos militantes” y fundó y dirigió Tribuna Femenina, periódico que financió con su salario de modista. Muzzilli recorría las fábricas para conocer las condiciones laborales de las obreras y llegó a convertirse en Inspectora de Higiene para poder seguir dichas condiciones más de cerca. Publicó tres libros: "El divorcio", "El trabajo femenino" y "Por la salud de la raza".Luchó además por los derechos políticos de las mujeres y la conquista del divorcio. Tuvo una destacada actuación en el Primer Congreso Feminista de 1910. Años más tarde, sus investigaciones académicas fueron reconocidos internacionalmente. Falleció de tuberculosis contraída en las fábricas en 1917 con 28 años.



Todavía hay muchos textos y testimonios por descubrir, a través de los cuales se podrá conocer no solo la historia de las mujeres y su participación en la construcción de la Argentina, sino también la de toda una sociedad que aún continúa luchando por la ampliación de derechos, la inclusión y la igualdad.





Julieta Lantieri, la primera votante









Julieta Lantieri, la primera votante



Fue la primera mujer incorporada al padrón electoral en América Latina. Durante su carrera fundó junto a Cecilia Grierson la Asociación de Mujeres Argentinas en 1904. Dos años más tarde se recibió de médica, siendo la quinta mujer en conseguirlo en nuestro país. Publicó artículos en revistas de divulgación científica, en congresos y en sus prácticas políticas. Impulsó varios congresos, entre ellos, el Primer Congreso Femenino Internacional, el Primer Congreso del Niño a nivel mundial, la Liga Por los derechos de la Mujer y la Liga por los Derechos del Niño, además de participar en la Liga contra la trata de blancas. En 1920, organizó un simulacro del voto femenino sobre el cual Alfonsina Storni escribió una crónica del que fue un hecho verdaderamente revolucionario para la época. Junto a Carolina Muzzilli obrera y militante socialista organizó en 1913 el Primer Congreso del Niño. Junto a Salvadora Medina Onrubia, periodista, dramaturga (1894-1972) y Alfonsina Storni, poeta, periodista, dramaturga (1891-1938) tenían una relación de mutua admiración y fueron las primeras sufragistas de nuestro país. ARGENTINA.





Juana Manuela Gorriti, la primera novelista









Fue la primera novelista argentina. Nació en 1816, proveniente de una familia patricia, su padre fue el general Gorriti del Gobierno de Salta. Con la derrota de su padre se exiliaron a Bolivia, donde Juana Manuela se casó con Isidoro Belzú, que llegó a Presidente de ese país y fue asesinado en las guerras civiles del continente. Manuela había abandonado a su marido antes de su muerte para seguir su pasión por la literatura en Perú con sus hijas. La Revista de Lima publica su trabajo. “La quena” (1845), su primera novela, es considerada el primer texto narrativo publicado por un autor nacido en el actual territorio argentino. Posteriormente publicó "El guante negro", "La hija del mazorquero", "Un drama en el Adriático", "El lecho nupcial", "La duquesa de Alba", "Sueños y realidades", "Vida militar y política del general don Dionisio Puch", "Panorama de la vida", "Peregrinación a la tierra natal" y "Lo íntimo", entre otros trabajos sobre la historia de los próceres como el General Güemes y uno de los primeros folletines sudamericanos, “Peregrinaciones de un alma triste”. Era muy respetada por el mundo literario limeño, especialmente por las primeras escritoras de la región. Cuando se produjo la caída de Rosas, Gorriti empezó a ganar reconocimiento en Buenos Aires. Su trabajo de ficción versa sobre las viudas de la Independencia, reflejando los padecimientos generados por la guerra de independencia contra España y las luchas internas posteriores.Tras la muerte de sus hijas y sus hermanos, Manuela volvió a Buenos Aires para cobrar una pensión. Fallece en 1892.




María Loreto Sánchez de Peón Frías y Juana Moro, espías de la revolución







(María Loreto Sánchez de Peón Frías. Fuente: Los Andes).


María fue jefa de Inteligencia de la Vanguardia del Ejército del Norte y autora del plan continental de Bomberas, aprobado y autorizado por el Gral. Güemes. Loreto conoce en su juventud a Pedro José Frías, un revolucionario con el que tuvo dos hijos. Lideró Las Damas de Salta, un grupo conformado por amigas y conocidas, entre las que se encontraban Juana Moro de López, Petrona Arias, Juana Torino, Magdalena Güemes, Martina Silva de Gurruchaga y Andrea Zenarrusa, que eran ayudadas por sus hijos y criadas, y participaban mujeres de todas las clases sociales.



Juana Moro espiaba montada a caballo los movimientos del enemigo por un territorio que sólo conocía ella. Llegaron a apresarla y  la obligaron a cargar cadenas e incluso fue detenida y tapiada en su casa, pero sobrevivió al salir unos días más tarde gracias a la ayuda de unos vecinos.




Se disfrazaban, ocultaban papeles entre sus faldas, montaban a caballo y recorrían largas distancias para obtener información y transmitirla al ejército patriota. Se organizaban para anticiparse a los planes del enemigo. Loreto se disfrazaba de viandera, con una canasta de comida en la cabeza y granos de maíz en los bolsillos a sentarse a la plaza donde estos acampaban. Cuando aparecía el oficial  que cantaba uno por uno los nombres, ella pasaba un grano de maíz de un bolsillo a otro por cada presente y luego enviaba esa información a través de un buzón encubierto en la corteza de un árbol. Todos los días, las criadas lavaban allí la ropa, transportando mensajes, que luego un soldado retiraba al anochecer dejando nuevas instrucciones y pedidos de información. 




María Remedios del Valle, la madre de la patria










"La madre de la patria", así la llamaron a María Remedios del Valle, una argentina de origen africano que nació en 1766 en la capital del Virreinato del Río de la Plata. Ella no fue ama de casa, ni periodista, ni esposa de un político. Su vocación de servicio la llevó a realizar trabajos de enfermería para auxiliar a quienes defendieron la ciudad porteña durante la segunda invasión inglesa, en 1807. Sin embargo, su espíritu patriótico la hizo ir más allá, incluso, para tomar las armas. Así lo hizo. Estuvo enlistada en distintas batallas como la de Tucumán, Salta y Ayohúma. Su marido y dos hijos no sobrevivieron a las guerras, mientras que ella continuó atendiendo a los heridos y arriesgando la vida por su tierra.




Fue Manuel Belgrano quien, deslumbrado por su compromiso, disciplina y lealtad, la nombró capitana de su ejército. Entre sus hazañas, se destacó por su gran fortaleza. Se sabe que fue herida de bala, hecha prisionera por los españoles y sometida como escarmiento a nueve días de azotes públicos que le dejaron cicatrices para el resto de su vida. Pero pudo escapar e incorporarse a las fuerzas de Güemes y Juan Antonio Álvarez de Arenales, para otra vez cumplir una doble función, la de combatiente y enfermera. Cuando cumplió 60 años, ya terminada la guerra, María Remedios del Valle volvió a Buenos Aires para convertirse en mendiga. Y así murió nuestra madre de la patria, vendiendo pasteles, tortas fritas y recogiendo sobras en los conventos.




Pero su suerte cambiaría de nuevo, a mediados de la década de 1820, cuando el general Juan José Viamonte la reconoció pidiendo limosna en las calles de la Ciudad de Buenos Aires, ya hundida en una extrema pobreza. Una vez elegido diputado, solicitó ante la Sala de Representantes que se le otorgase una pensión por los servicios prestados a la patria. Así se le reconoció un sueldo correspondiente al grado de Capitán de Infantería, de 30 pesos, que se le abonaría recién el 15 de marzo de 1827, tras 7 años de insistencia legislativa.




Sin embargo, pasaron casi doscientos años hasta que en octubre de 2010, durante la sesión de homenaje al Bicentenario, las diputadas Paula Merchan y Victoria Donda presentaron un proyecto en el Congreso Nacional para levantar un monumento en su honor.


La fecha homenajea a María Remedios del Valle, fallecida un 8 de noviembre de 1847, tras haber combatido en el Ejército del Norte y nombrada capitana por el general Manuel Belgrano





11 de septiembre se celebra el Día del Maestro en Argentina









El 11 de septiembre se celebra el Día del Maestro en Argentina en honor a Domingo Faustino Sarmiento, que fue docente, periodista y político. Se desempeñó como presidente de la Nación entre el 12 de octubre de 1868 y el 12 de octubre de 1874. También ocupó, previamente, el cargo de gobernador de San Juan. Además fue senador nacional y ministro del interior.



Nació en la provincia de San Juan, el 15 de febrero de 1811 y falleció en Asunción, Paraguay, el 11 de septiembre de 1888 a los 77 años de edad. Esa fecha se estableció para recordar los numerosos aportes que hizo este prócer argentino a la educación en aquellos tiempos.



A los 5 años ingresó en una Escuela de la Patria, tal como se llamaba a los establecimientos educativos del rey a partir de 1810, tras el movimiento revolucionario que se inició con aquel primer Cabildo Abierto, el 22 de mayo de ese año.



Estudió en aquella escuela durante nueve años y luego se dedicó a aprender con la ayuda de diferentes maestros. Aprendió Teología, Latín, Matemáticas y francés, mientras trabajaba en una tienda. Más tarde aprendió inglés e italiano. Cuando –tras el primer exilio a Chile– regresó a San Juan, fundó el Colegio de Pensionistas de Santa Rosa, un instituto secundario para señoritas, y luego el periódico El Zonda, desde el cual dirigió duras críticas al gobierno federal.




En 1840 se vio obligado a exiliarse hacia Chile, una vez más. Allí se desempeñó como periodista para los diarios El Heraldo Nacional, El Nacional y El Mercurio. Además, fundó El Progreso. En 1842 fue designado por el entonces Ministerio de Instrucción Pública para dirigir la Escuela Normal de Preceptores, una entidad especializada en capacitar y formar maestros.



En 1845 el presidente Manuel Montt Torres le asignó la tarea de estudiar los sistemas educativos de Europa y Estados Unidos. Así es que durante un período emprendió varios viajes para aprender cómo funcionaba el sistema en esas regiones.



Al regresar, se dedicó a escribir todo lo que había aprendido de educación en sus viajes. En el libro Educación popular volcó su pensamientos y su iniciativa para construir una educación pública, laica y gratuita.



De hecho, desde sus diferentes puestos políticos se encargó de impulsar el desarrollo de la educación de múltiples formas. Un ejemplo de esto es la Ley de Subvenciones de 1871 que asignaba a la educación pública las herencias sin sucesión directa y un octavo de las ventas de tierras públicas.



Durante su gestión, las provincias fundaron unas 800 escuelas, lo cual contribuyó a la alfabetización y la inclusión educativa. Creó las primeras escuelas normales, trajo docentes de Estados Unidos y subvencionó la primera entidad educativa para sordos.



Fundó la Biblioteca Nacional de Maestros en Buenos Aires y propició el desarrollo de otras tantas bibliotecas para apoyar la capacitación de la toda la población de múltiples formas.