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Día del Trabajador el 1° de mayo




Hoy se conmemora el Día Internacional de los Trabajadores en homenaje a los llamados Mártires de Chicago. Su historia y el origen del movimiento obrero organizado


El lema era: "Ocho horas para el trabajo, ocho para el sueño y ocho para la casa". Pero nada de eso ocurría a fines del siglo XIX.

Por entonces los empleados en los Estados Unidos tenían que cumplir agotadoras jornadas de 12, 16 y hasta 18 horas. La única limitación que había en algunos Estados era la prohibición de que una persona trabajara 18 horas seguidas sin una causa justificada. La multa por obligar al empleado a esa jornada era de 25 dólares.

El Día Internacional del Trabajador conmemora el 1º de mayo de 1886, fecha que marcó un antes y un después en la historia del movimiento obrero organizado. Aquel día comenzó una huelga en reclamo de la jornada de 8 horas que se extendió hasta el 4 de ese mes, cuando se produjo la Revuelta de Haymarket que terminó con la ejecución de un  grupo de sindicalistas anarquistas, bautizados posteriormente como los Mártires de Chicago.

Los reclamos obreros no eran nuevos.  A fines del siglo XVIII, los trabajadores se habían manifestado frente a las tremendas condiciones laborales que trajo la Revolución Industrial en Gran Bretaña.

En 1868, el presidente estadounidense Andrew Johnson había establecido por ley la reducción de la jornada laboral a 8 horas, tras décadas de reclamos de los trabajadores, con cláusulas que permitían que esas horas se extendieran.

No obstante, el acatamiento por parte de los empresarios a la ley  llamada Ingersoll no fue inmediato y generó mucha resistencia.

Los trabajadores no tenían reglas claras y sus derechos se veían vulnerados. En ese contexto, el 1 de mayo de 1886 se inició en Chicago, epicentro industrial de Estados Unidos, una huelga que se terminó expandiendo al resto del país.

Comenzaron manifestándose de 80.000 trabajadores. Y la cifra aumentó  cuando casi medio millón de obreros se unieron al paro en 5000 huelgas en todo el país.

Tras varios episodios de represión policial contra los huelguistas, donde incluso hubo muertos, se convocó a una manifestación en Haymarket Square. Allí una persona que nunca fue identificada arrojó una bomba incendiaria contra las fuerzas policiales que mató a 7 policías  e hirió a 60 uniformados. Las fuerzas de seguridad reprimieron con disparos, dejando un saldo de muertos y heridos entre los trabajadores. Aquella jornada pasó a la historia como la "Revuelta (o Masacre) de Haymarket".

Por los graves acontecimientos, 31 personas fueron enjuiciado por el hecho, el 21 de junio de 1886. Ocho de ellos fueron condenados, dos de ellos a cadena perpetua, uno a 15 años de trabajos forzados y cinco a la muerte en la horca. El proceso estuvo plagado de irregularidades y no se respetaron las garantías de los acusados. La culpabilidad de los condenados nunca fue realmente probada.

Un año más tarde, en Illinos, se reconoció que el juicio no había respetado el derecho de los acusados y el gobernador perdonó a los sindicalistas que estaban detenidos.

Fue en París en 1889, durante un congreso de la Segunda Internacional (asociación de partidos socialistas, laboristas y anarquistas de todo el mundo), que se estableció el 1 de Mayo como Día del Trabajador para conmemorar a los Mártires de Chicago.

Sin embargo, en los Estados Unidos y  en Canadá celebran el Labor Day (Día del Trabajo) el primer lunes de septiembre. El origen fue  un desfile realizado el 5 de septiembre de 1882, en Nueva York, organizado por la Noble Orden de los Caballeros del Trabajo. La celebración nunca cambió al 1° de mayo porque el presidente norteamericano Grover Cleveland temió que el día festivo reforzara el movimiento socialista en los Estados Unidos.



Albarracín, Ignacio Lucas





Albarracín, Ignacio Lucas (1850-1926).
Abogado argentino, nacido en Córdoba el 31 de julio de 1850 y fallecido el 29 de abril de 1926, que fue presidente de la Sociedad Protectora de Animales de su país.

Hijo del coronel Santiago Albarracín y de Flora Roja, ambos descendientes de acomodadas familias de San Juan, Albarracín estudió en el Colegio de Montserrat y se licenció con el título de doctor de jurisprudencia por la Facultad de Derecho y Ciencias en la Universidad Nacional de Buenos Aires el 1 de mayo de 1873.

Su tío Domingo F. Sarmiento fue presidente de la República Argentina entre 1868 y 1874, pero él no quiso seguir la tradición familiar y siempre se mostró mucho más interesado en la conservación de la naturaleza. Así, unos años después de licenciarse, tomó la secretaría de la Sociedad Protectora de Animales, que había sido fundada en 1879.

En 1885 fue elegido presidente de dicha Sociedad, presidencia que mantuvo hasta el día de su muerte, acaecida repentinamente el 29 de abril de 1926 en Lomas de Zamora. Se convirtió, de esta manera, en un luchador incansable contra las peleas de gallos y las corridas de toros.

Fue uno de los principales precursores de la Ley Nacional de Protección de Animales (más conocida en el país como la Ley Sarmiento), promulgada finalmente el 25 de julio de 1891. Esta declaración, que obliga a brindar protección a los animales, así como a impedir su maltrato y su caza, fue adoptada por la Liga Internacional de los Derechos del Animal en 1977 y aprobada por la ONU y la UNESCO.

Cada 29 de abril se celebra en Argentina el Día del Animal, para conmemorar su fallecimiento.

Autor
Elena Escobar Blanco





Biografía de Remedios Escalada de San Martín.







María de las Remedios Carmen Rafaela Feliciana de Escalada y de la Quintana1​ –más conocida como Remedios de Escalada– (Buenos Aires, Virreinato del Río de la Plata, 20 de noviembre de 1797 - Buenos Aires, Argentina, 3 de agosto de 1823) fue la esposa del Libertador general José de San Martín y madre de su hija Mercedita.

María de los Remedios de Escalada nació en la ciudad de Buenos Aires el 20 de noviembre de 1797. Era hija de Tomasa de la Quintana y de Antonio José de Escalada, en el seno de una familia porteña de gran prestigio social y solvencia económica y, según el genealogista Narciso Binayán Carmona, era descendiente del conquistador, explorador y colonizador español Domingo Martínez de Irala (1509-1556); sus antepasados tenían un remoto origen mestizo guaraní, que compartía con muchos próceres de la época de la Independencia y con grandes personajes paraguayos y argentinos.2​3​

Se crio en un hogar que luego de la Revolución de Mayo fue centro de reuniones de los patriotas.

Matrimonio y descendencia
Remedios de Escalada conoció a José de San Martín, uno de los oficiales militares que habían retornado a Buenos Aires, el 9 de marzo de 1812 para incorporarse a las luchas por la Independencia Hispanoamericana.

Si bien la pareja tuvo un amor a primera vista, también se ha sugerido que pudo haber habido un arreglo matrimonial entre San Martín y los Escalada, debido al carácter aristocrático de la familia de la novia, las costumbres sociales de la época y la propia agenda política de San Martín: con este matrimonio, los Escalada constituían una alianza con un oficial con una promisoria carrera y San Martín podría tener una vinculación social al aliarse con la aristocracia porteña.4​ Sin embargo, San Martín tuvo conflictos con su familia política y rechazaba sus formas aristocráticas. Una cena con Bernardino Rivadavia terminó en un incidente entre ambos.5​

A pesar de que Remedios era una adolescente de 14 años, tras un muy corto noviazgo, el 12 de septiembre de 1812 se desposó con San Martín —«por palabras de presente», lo que hacía legítimo al matrimonio de acuerdo a las normas de la Iglesia católica de la época— en una ceremonia privada en la Iglesia de la Merced, tuvo como testigos, entre otros, a Carlos María de Alvear y a su esposa, Carmen Quintanilla. Contrajeron matrimonio el 12 de noviembre del mismo año en la Catedral de Buenos Aires.6​

Remedios permaneció en casa de su familia debido a las responsabilidades de San Martín en relación al recién creado regimiento de Granaderos a Caballo, por lo que estuvieron separados durante largas temporadas, sólo pudieron volver a reunirse después del 10 de agosto de 1814, cuando San Martín fue designado gobernador de la Intendencia de Cuyo.

A fines de 1814, Remedios se trasladó a Mendoza para reunirse con su marido, por ese entonces gobernador cuyano. Allí se incorporó a la sociedad local y colaboró en las tareas de organización del Ejército de los Andes para liberar a Chile y Perú. Fue ella quien promovió la entrega de las joyas personales, gesto en el que la acompañaron las damas mendocinas el 10 de octubre de 1815, para contribuir al equipamiento de las fuerzas.

El 24 de agosto de 1816, nació Mercedita, única hija del matrimonio y futura compañera de su padre durante el exilio. En la Navidad de ese año, celebrada en el hogar de los Ferrari, San Martín sugirió la idea de dotar al ejército de una bandera y Remedios, con sus amigas, la confeccionaron en pocos días.

Enfermedad
La partida de San Martín hacia Chile, junto con la delicada salud de Remedios, quebrada por la tuberculosis, la obligó a regresar a Buenos Aires, quien comenzó su retorno el 16 de marzo de 1819 para instalarse nuevamente en la casa de sus padres en Buenos Aires. Era tal su estado que se dispuso llevar un ataúd por si moría en el viaje. El general Manuel Belgrano, jefe del Ejército del Norte ordenó custodiarla en el trayecto. Su escolta fue encabezada por José María Paz hasta Rosario, para protegerla de las bandas que asolaban la zona.

Deceso
Enferma de gravedad, Remedios fue llevada a una quinta de la calle Caseros y Monasterio, donde falleció el 3 de agosto de 1823, lejos de San Martín, cuya presencia solicitó hasta su último instante. Su viudo sólo pudo acudir meses más tarde y dispuso la construcción de un mausoleo en mármol en el Cementerio del Norte (Recoleta) para que descansaran sus restos, junto con una lápida, en la que reza: "Aquí descansa Remedios Escalada, esposa y amiga del general San Martín".

 Nuestra Señora de La Merced, Ciudad de Buenos Aires, Capital Federal, Argentina. «Registro Parroquial del Bautismo». Consultado el 15 de septiembre de 2017.
 Historias inesperadas, Relatos, hallazgos y evocaciones de nuestro pasado (16 de mayo de 2011). «La sangre guaraní de Belgrano, Bioy y el Che». Diario La Nación. Consultado el 27 de diciembre de 2016.
 Binayán Carmona, Narciso (1 de enero de 1999). Historia genealógica argentina Buenos Aires. Buenos Aires: Emecé Editores. ISBN 9500420589.




Mariquita Sánchez de Thompson -- Biografia





(1786-1868)

Fuente: Felipe Pigna, Mujeres tenían que ser. Historia de nuestras desobedientes, incorrectas, rebeldes y luchadoras. Desde los orígenes hasta 1930, Buenos Aires, Planeta, 2011, págs. 195, 218-221, 224-227, 290-292, adaptado para El Historiador.
María de Todos los Santos Sánchez de Velazco y Trillo, más conocida como Mariquita Sánchez de Thompson, nació el 1º de noviembre de 1786 en uno de los hogares más prestigiosos de aquel entonces. Era la única hija de don Cecilio Sánchez de Velazco y de doña Magdalena Trillo y Cárdenas, viuda en primeras nupcias de un riquísimo y poderoso comerciante de Buenos Aires llamado Manuel del Arco, cuya fortuna heredará Mariquita.
Desde 1808, se hicieron famosas las tertulias de su casa de la calle Unquera, más conocida por todos como “del Empedrado” o “del Correo” 1. (…) Se dice que en su salón se interpretó por primera vez el Himno Nacional, aunque ella en ningún escrito mencionó tan trascendente episodio. La tradición, sin embargo, así lo señala y hasta le pone dos fechas posibles: 14 o 25 de mayo de 1813. En la instalación del episodio tuvo mucho que ver el cuadro de Pedro Subercaseaux pintado en 1910, basado en las Tradiciones Argentinas de don Pastor Obligado y que hoy puede verse en el Museo Histórico Nacional.
Subercaseaux se refiere a este cuadro en sus Memorias: “Se trataba aquí de representar el ensayo del Himno Nacional Argentino. En el salón de la Chacra, tapizado de rico brocado amarillo, hice que se agruparan mis personajes; unas cuantas señoritas jóvenes vestidas a la moda ‘imperio’, junto a las cuales representé a San Martín, Pueyrredón y unos cuantos hombres más. Al clavecín aparecía el que acompañaba el canto de doña Mariquita Thompson, la que debía aparecer como figura principal del cuadro”. 2
Lo del estreno del himno puede ser leyenda, pero lo que sabemos con seguridad es que en esas reuniones hombres como Juan Martín de Pueyrredón, Nicolás Rodríguez Peña, Bernardo de Monteagudo, y Carlos María de Alvear, entre muchos otros, tejieron y destejieron alianzas políticas, en la formación de asociaciones públicas, como la Sociedad Patriótica o secretas, como la Logia.
Pero la arrolladora personalidad de Mariquita se había manifestado mucho antes. Todavía no tenía quince años cuando en 1801 se enamoró y comprometió con su primo Martín Thompson, contra la opinión de sus padres. Su tenacidad la llevaría a protagonizar uno de los juicios de disenso más famosos de la época.
Por aquel entonces, la Real Pragmática sobre Hijos de Familia, que regía en todas las posesiones españolas desde 1778, establecía que los hijos de “blancos” menores de 25 años sólo podían casarse contando con el consentimiento de sus padres, tutores o encargados. Esta muestra del despotismo “ilustrado” no tuvo una aplicación pacífica y dio lugar a los llamados “juicios de disenso”, por los cuales los novios buscaban que la autoridad diese el permiso negado por los padres, o rechazase la imposición de un matrimonio no deseado.
Tanto el padre de Mariquita, don Cecilio Sánchez, como su madre, Magdalena Trillo, se negaron a dar su consentimiento, ya que tenían en vistas para ella a un comerciante rico, emparentado por el lado materno.
Las hostilidades comenzaron cuando Thompson, alférez de Marina, fue trasladado de Buenos Aires, primero a Montevideo y después a Cádiz, aparentemente por las influencias de don Cecilio, al tiempo que se le intentó imponer a Mariquita los esponsales con el candidato familiar, don Diego del Arco. La niña se negó e hizo una declaración ante autoridad competente de su voluntad de casarse con Thompson. La respuesta fue encerrarla en un convento por un tiempo. Ya muerto don Cecilio, y vuelta a casar doña Magdalena, comenzó el juicio de disenso, promovido por Martín Thompson a su regreso a Buenos Aires.
Doña Magdalena defendía su oposición al amor de la pareja con estos argumentos: “Me es imposible convenir gustosa en que se case contigo pues basta que su padre, que tanto juicio tenía y tanto la amaba como hija única, lo haya rehusado en vida, y además de eso, siendo Thompson pariente bastante inmediato, sin las calidades que se requieren para la dirección y gobierno de mi casa de comercio por no habérsele dado esta enseñanza y oponerse a su profesión militar, conozco que no pueden resultar de este enlace las consecuencias que deben ser inseparables en un matrimonio cristiano, para que entre padres e hijos haya la buena armonía que debe consultarse principalmente para evitar el escándalo y la ruina de las familias que tanto se oponen a los santos fines del matrimonio (…)”. 3
Mariquita le escribió una muy osada carta al virrey Sobremonte contándole su caso: “Excelentísimo Señor: Ya llegado el caso de haber apurado todos los medios de dulzura que el amor y la moderación me han sugerido por espacio de tres largos años para que mi madre, cuando no su aprobación, cuanto menos su consentimiento me concediese para la realización de mis honestos como justos deseos; pero todos han sido infructuosos, pues cada día está más inflexible. Así me es preciso defender mis derechos: o Vuestra Excelencia mándeme llamar a su presencia, pero sin ser acompañada de la de mi madre, para dar mi última resolución, o siendo ésta la de casarme con mi primo, porque mi amor, mi salvación y mi reputación así lo desean y exigen (…). Nuestra causa es demasiado justa, según comprendo, para que Vuestra Excelencia nos dispense justicia, protección y favor. No se atenderá a cuanto pueda yo decir en el acto del depósito, pues las lágrimas de madre quizás me hagan decir no sólo que no quiero salir, pero que ni quiero casarme. (…) Por último, prevengo a V.E. que a ningún papel mío que no vaya por manos de mi primo dé V.E. asenso ni crédito, porque quién sabe lo que me pueden hacer que haga. Por ser ésta mi voluntad, la firmo en Buenos Aires, a 10 de julio de 1804”. 4
El trámite fue saldado el 20 de julio de 1804, al dar el virrey Sobremonte su permiso para la boda contra la voluntad paterna.
Con la autoridad que le daba esta resolución de su caso, la mujer del himno escribirá años más tarde: “El padre arreglaba todo a su voluntad. Se lo decía a su mujer y a la novia tres o cuatro días antes de hacer el casamiento; esto era muy general. Hablar de corazón a estas gentes era farsa del diablo; el casamiento era un sacramento y cosas mundanas no tenían que ver en esto, ¡ah, jóvenes del día!, si pudieras saber los tormentos de aquella juventud, ¡cómo sabrías apreciar la dicha que gozáis! Las pobres hijas no se habrían atrevido a hacer la menor observación; era preciso obedecer. Los padres creían que ellos sabían mejor lo que convenía a sus hijas y era perder tiempo hacerles variar de opinión. Se casaba una niña hermosa con un hombre que ni era lindo ni elegante ni fino y además que podía ser su padre, pero hombre de juicio, era lo preciso. De aquí venía que muchas jóvenes preferían hacerse religiosas que casarse contra su gusto con hombres que les inspiraban aversión más bien que amor. ¡Amor!, palabra escandalosa en una joven el amor se perseguía, el amor era mirado como depravación”. 5
Mariquita Sánchez se convirtió en una “referente” inevitable de las mujeres de la elite rioplatense. Partidaria de la independencia, en una suscripción de 1812 promovida por el Triunvirato para pagar armas venidas de Estados Unidos, acaudilló a un grupo de damas vinculadas a la Sociedad Patriótica dirigida por Bernardo Monteagudo, que adhirió e hizo publicar en la Gaceta un llamado que expresa, a la vez, los cambios y las continuidades que se vivían en los tiempos revolucionarios. Allí se decía que las mujeres, “destinadas por la naturaleza y por las leyes a vivir una vida retraída y sedentaria, no pueden desplegar su patriotismo con el esplendor de los héroes de los campos de batalla. Saben apreciar bien el honor del sexo a quien confía la sociedad el alimento y la educación de sus jefes y magistrados, pero tan dulces y supremos encargos, las consuelan apenas del sentimiento de no poder contar sus nombres entre los defensores de la patria. En la búsqueda de sus anhelos, han encontrado el recurso que siendo análogo a su constitución, desahoga de algún modo su patriotismo. Las suscriptoras tienen el honor de presentar a V.E. la suma […] que destinan al pago de fusiles que ayudarán al Estado en la erogación que hará por armamento que acaba de arribar felizmente. Ellas sustraen generosamente las pequeñas, pero sensibles necesidades de su sexo, para consagrarles un objeto, el más grande que la patria conoce en las actuales circunstancias. Cuando el alborozo público lleve hasta el seno de las familias la nueva de una victoria, podrán decir en la exaltación de su entusiasmo ‘Yo armé el brazo de ese valiente que aseguró su gloria y nuestra libertad’. Dominadas por esa ambición honrosa, suplican las suscriptoras a V.E., se sirva mandar grabar sus nombres en los fusiles que costean. Si el amor a la patria deja algún vacío en el corazón de los guerreros, la consideración al sexo será un nuevo estímulo que los obligue a sostener en su arma, una prenda del afecto de sus compatriotas cuyo honor y libertad defienden. Entonces, tendrán derecho a reconvenir al cobarde que con las armas en la mano abandonó su nombre en el campo enemigo. Y coronarán con sus manos al joven, que presentando con ellas el instrumento de la victoria, dé una prueba de gloriosa valentía. Las suscriptoras esperan que aceptando V.E. este pequeño donativo, se servirá aprobar su solicitud como un testimonio de su decidido interés por la felicidad de la Patria. Buenos Aires, 30 de mayo de 1812”. 6
Aquella adhesión no le impidió ser luego amiga de Rivadavia e integrarse en 1823 a la Sociedad de Beneficencia, y presidirla en dos ocasiones. Esta buena relación tampoco le impidió hacerse federal en 1829. La propia Mariquita decía de sí misma: “Yo soy en política como en religión muy tolerante. Lo que exijo es buena fe”. 7
Como “vecina” de los sectores más pudientes en tiempos “ilustrados”, Mariquita tuvo acceso a la educación y las lecturas, sin necesidad de convertirse en monja, como hubiera ocurrido en épocas anteriores. No cabe duda de que supo sacarles provecho, y sus cartas, recuerdos y demás escritos muestran una personalidad excepcional. Sin embargo, no hay que olvidar que en muchos aspectos no dejaba de ser una fiel exponente de su clase social. Por ejemplo, en lo que se refiere al “orgullo de casta”, como lo puso en evidencia en sus proyectos educativos, en los que siempre conservó el criterio de diferenciar a los sectores de elite de los populares. Así, estando al frente de la Sociedad de Beneficencia, mantuvo escuelas separadas para niñas “blancas” y para niñas “pardas”. 8 En cambio, tenía puntos de vista mucho más avanzados a su tiempo en lo que se refería al matrimonio y el papel de la mujer en la familia. Por ejemplo, en una carta a su hija Florencia, en julio de 1854, decía: “¿Quién diablos inventó el matrimonio indisoluble? […] Es una barbaridad atarlo a uno a un martirio permanente”. 9
Claro que esa afirmación la hacía ya madura. Como vimos, su fulminante romance con Martín Thompson llevó a su primer matrimonio, del que tuvo cinco hijos. A comienzos de 1816, Thompson fue enviado en misión a Estados Unidos, para intentar el reconocimiento de la independencia que estaba por declararse y, sobre todo, para obtener buques y armas con qué sostenerla. Mariquita conoció entonces la “viudez virtual” de otras mujeres de su clase social, que se convirtió en verdadera en 1819, cuando Thompson falleció en su viaje de regreso a Buenos Aires. 10 Un año después, y siguiendo las prácticas de la época que no veían bien a una viuda rica relativamente joven, se volvió a casar, con el representante consular francés en Buenos Aires, Jean Baptiste Washington de Mendeville, con quien tuvo tres hijos. Fue un matrimonio curioso que, de hecho, concluyó en 1836, cuando Mendeville fue destinado como cónsul en Quito. Mariquita y sus hijos quedaron en Buenos Aires y nunca más volvió a encontrarse con su marido, muerto en 1863 en Francia.
En tiempos de Rosas, Mariquita fue mentora de los representantes de la llamada Generación del 37 (Echeverría, Alberdi, los hermanos Juan María y Juan Antonio Gutiérrez, entre otros). Aunque por entonces era ya una “mujer mayor”, seguía ejerciendo sobre los jóvenes escritores románticos la misma fascinación intelectual que en sus “años mozos”.
Entre 1839 y 1843 se expatrió a Montevideo, temerosa de sufrir persecución por parte de Rosas. Curiosamente, Mariquita tenía una antigua amistad con Rosas, con quien se tuteaba, algo infrecuente fuera de las relaciones familiares. La correspondencia entre ellos muestra mucha confianza. Así, el Restaurador la trata de “francesita parlanchina y coqueta” en una carta de 1838, cuando los reclamos franceses anuncian el inminente bloqueo, a la cual Mariquita contesta: “No quiero dejarte en la duda de si te ha escrito una francesa o una americana. Te diré que, desde que estoy unida a un francés, he servido a mi país con más celo y entusiasmo aún, y lo haré siempre del mismo modo, a no ser que se ponga en oposición de la Francia, pues, en tal caso, seré francesa, porque mi marido es francés y está al servicio de su nación. Tú, que pones en el “cepo” a Encarnación si no se adorna con tu divisa, debes de aprobarme, tanto más, cuanto que, no sólo sigo tu doctrina, sino las reglas del honor y del deber. ¿Qué harías si Encarnación se te hiciese unitaria? Yo sé lo que harías. Así, mi amigo, en tu mano está que yo sea americana o francesa. Te quiero como a un hermano y sentiría me declararas la guerra. Hasta entonces permíteme que te hable con la franqueza de nuestra amistad de la infancia”. 11
Mariquita fue sin duda una influyente mujer. Era una gran lectora, estaba al corriente de cuanto acontecimiento sucediese, y fue una sagaz cronista. En carta a su segundo marido señalaba: “En el diario que he llevado he escrito mil ochocientas sesenta notas. Sin contar cartas particulares. Te puedes imaginar si es broma, a más cuarenta actas: esto es trabajo de cabeza y pluma”. Siguiendo una práctica habitual en los hombres que vivieron los convulsionados tiempos revolucionarios, Mariquita volcó por escrito sus recuerdos y dejó una descripción de la vida virreinal en Buenos Aires, fuente de primera mano para la “historia social” de esos tiempos. Una vez más, la mirada punzante y la inteligencia de Mariquita se ponen en evidencia: “Estos países, como sabes, fueron 300 años colonias españolas. El sistema más prolijo y más admirable fue formado y ejecutado con gran sabiduría. Nada fue hecho sin profunda reflexión. Tres cadenas sujetaron este gran continente a su Metrópoli: el Terror, la Ignorancia y la Religión Católica. De padres a hijos se transmitió con pavor. La Revolución del Cuzco, los castigos que se habían dado a los conspiradores y el suplicio al heredero del trono de los Incas […] Me tiembla el pulso y el corazón sólo de escribirlo, y fueron cristianos católicos romanos los que tal mandaron y ejecutaron. […] La Ignorancia era perfectamente sostenida. No había maestros para nada, no había libros sino de devoción e insignificantes, había una comisión del Santo Oficio para revisar todos los libros que venían, a pesar que venían de España […]. Para las mujeres había varias escuelas que ni el nombre de tales les daría ahora. La más formal, donde iba todo lo más notable […] la dirigía doña Francisca López, concurrían varones y mujeres. Niñas desde cinco años y niños varones hasta quince, separados en dos salas, cada uno llevaba de su casa una silla de paja muy ordinaria hecha en el país de sauce; éste era todo el amueblamiento, el tintero, un pocillo, una mesa muy tosca donde escribían los varones primero y después las niñas. Debo admitir que no todos los padres querían que supieran escribir las niñas porque no escribieran a los hombres […]. No puedes imaginarte la vigilancia de los padres para impedir el trato con los caballeros, y en suma en todas las clases de la sociedad había vanidad en las madres de familia en este punto”.12
Así, esta mujer, que participó activamente de los acontecimientos políticos y literarios de aquellos años, que opinó y entabló polémicas sobre diversos temas, estuvo en boca de cuanto diplomático pisó suelo porteño, y con el correr de los años se convirtió en una verdadera embajadora rioplatense. Falleció a los 81 años, el 23 de octubre de 1868.
Referencias:
1 La casa de Mariquita estaba en la actual Florida al 200.
2 Pedro Subercaseaux, Memorias, Santiago de Chile, Editorial del Pacífico, 1962, págs. 152-153.
3 María  Sáenz Quesada, “El país de Mariquita”, en Revista Todo es Historia,Nº 28, agosto de 1969, págs. 8-22.
4 Félix Luna (dir.), Mariquita Sánchez de Thompson, Colección Grandes Protagonistas de la Historia Argentina, Buenos Aires, Planeta, 1999, pág. 43.
5 Mizraje María Gabriela. Intimidad y Política, diario, cartas y recuerdos de Mariquita Sánchez de Thompson, Buenos Aires, Editorial Adriana Hidalgo, 2003.
6 Gazeta de Buenos Ayres, 26 de junio de 1812.
7 Carta a su hijo Carlos Mendeville, del 1º de abril de 1856, en Clara Vilaseca, Cartas de Mariquita Sánchez, biografía de una época, Buenos Aires, Peuser, 1952.
8 Este fue un punto central en su polémica con Sarmiento en 1861.
9 Clara Vilaseca, Cartas de Mariquita Sánchez, biografía de una época, op. cit.
10 La separación fue dura, sobre todo a partir de enero de 1817, cuando el director Pueyrredón lo dejó cesante en su cargo. Thompson, sin embargo, no pudo regresar ya que fue internado por demencia en Estados Unidos. Mariquita, desde Buenos Aires, debió hacerse cargo de la tramitación para que pudiera volver, pero su marido murió en ese viaje.
11 Antonio Dellepiane. Dos Patricias Ilustres, Imprenta y casa editora Coni, Buenos Aires, 1923, citado en Sosa de Newton, Las argentinas de ayer a hoy, Buenos Aires, Zanetti, 1967, pág. 78-79.
12 Mariquita Sánchez, Recuerdos del Buenos Aires virreinal, Buenos Aires, Ene Editorial, 1953.




Magallanes y la circunnavegación de la tierra





El 27 de abril de 1521, el navegante portugués al servicio de España Fernando de Magallanes fue muerto por los indígenas de Filipinas. Había salido de Sevilla rumbo a América del Sur el 10 de agosto de 1519 intentando circunnavegar el mundo. Fue el primero en descubrir el paso entre los océanos Atlántico y Pacífico, por el estrecho que lleva su nombre, pero no logró concretar la hazaña de dar la vuelta al mundo.
Sin embargo, su expedición, tras su muerte comandada por el navegante español Juan Sebastián Elcano, lograría el 6 de septiembre de 1522 concretar la primera circunnavegación del planeta y demostrar que la tierra era redonda, ya que navegando siempre en la misma dirección, se había llegado al punto de partida.
Fuente: Genaro Cavestany, El centenario de Magallanes, Sanlúcar de Barrameda, Tipografía Domenech, 1915, págs.18-20.
Magallanes salió del puerto de Sanlúcar de Barrameda, resuelto a hallar el anhelado paso entre los dos mares, y lo halló después de las infructuosas tentativas de sus múltiples predecesores, y sin utilizar el resultado de los trabajos, inútiles, pero meritorios, de aquellos. Con conocimiento incompleto, pero muy aproximado a la realidad, de la topografía del Continente americano, comprendió, o presintió, que el deseado paso estaría al Sur, pero no tanto como en realidad estaba. Aquel viaje era interminable.

Después de haber recorrido las inmensas costas, ya conocidas, del Brasil y las apenas surcadas de la Argentina hasta un poco más al Mediodía del gran estuario del Plata, costeó la Patagonia, región inmensa no navegada aún, y en el paso, que pudo presumir ensenada o río, como tantos otros que hasta entonces habían hecho concebir la comunicación anhelada entre los dos mares, en la mitad del día de Todos los Santos del memorable año 1520, sus ojos contemplaron las bravas olas del irrisoriamente llamado Pacífico mar, que vinieron a demostrarle que Dios había premiado sus anhelos, contrariedades y peligros, y que la comunicación entre el Pacífico y el Atlántico era un hecho consumado, sin cuya realización el descubrimiento de Colón no tenía la importancia que desde aquel momento adquiriera.

Magallanes no dio por terminada su obra como en realidad pudo hacerlo, volviendo a España a dar cuenta de su descubrimiento y a recoger el premio de su denodada expedición, dejando a otros que la completasen dando la vuelta al mundo. El mismo quiso acabarla y puso rumbo a su nave en dirección del ambicionado Occidente, hasta entonces Oriente, proponiéndose volver al puerto del que había salido por el camino opuesto, cuando aún, descubierto el Nuevo Mundo y el Pacífico, se dudaba por muchos sabios y teólogos la verdad presentida por otros, e intentada demostrar por Colón de la esferoidad de la Tierra.

¡Empresa grandiosa y sin precedente que debe ser considerada para la época en que se realizó digna de un Titán!

En la isla de Luzón halló gloriosa muerte Magallanes combatiendo contra los naturales del país. Otro esforzado caudillo, su segundo, Sebastián Elcano, guió entonces la expedición a su término, entrando a los tres años de su salida en el mismo puerto de su partida, por el camino opuesto, siendo el primero que circunnavegó nuestro planeta, por lo cual Carlos V, al ennoblecerle, le dio por divisa: “Primus circundedistis me.”

Fuente: www.elhistoriador.com.ar




El asesinato de Facundo Quiroga




En 1835 Juan Facundo Quiroga residía desde hacía algún tiempo en Buenos Aires bajo el amparo de Juan Manuel de Rosas. El caudillo riojano había luchado en las campañas libertadoras junto a José de San Martín. En 1825, junto a los caudillos federales Juan Bautista Bustos y Felipe Ibarra, se opuso al proyecto político unitario de Rivadavia y se apoderó de la ciudad de Tucumán. Logró sublevar Cuyo y el Noroeste, pero más tarde, al intentar apoderarse de Córdoba, fue vencido por el general unitario José María Paz en La Tablada el 22 Y 23 de junio de 1829 y en Oncativo ocho meses después.

Quiroga mantenía con Rosas una relación de aliado y era considerado por don Juan Manuel como su hombre en el interior. Las diferencias entre ambos caudillos se centraban en el tema de la organización nacional. Mientras que Facundo se hacía eco del reclamo provincial de crear un gobierno nacional que distribuyera equitativamente los ingresos nacionales, Rosas y los terratenientes porteños se oponían a perder el control exclusivo sobre las rentas del puerto y la Aduana.

En este sentido, Rosas argumentaba que no estaban dadas las condiciones mínimas para dar semejante paso y consideraba que era imprescindible que, previamente, cada provincia se organizara: “En el estado de pobreza en que las agitaciones políticas han puesto a los pueblos ¿quién ni con qué fondos podrán costear la reunión y permanencia de ese Congreso, ni menos de la administración general? […] Fuera de que si en la actualidad apenas se encuentran hombres para el gobierno particular de cada provincia ¿de dónde se sacarán los que hayan de dirigir toda la república? ¿Habremos de entregar la administración general a ignorantes aspirantes, a unitarios, y a toda clase de bichos? […] ¿Será posible vencer no sólo estas dificultades sino las que presenta la discordia que se mantiene como acallada y dormida mientras cada una se ocupa de sí sola, pero que aparece al instante como una tormenta general que resuena por todas partes con rayos y centellas, desde que se llama a congreso general? Es necesario que ciertos hombres se convenzan del error en que viven, porque si logran llevarlo a efecto, envolverán la República en la más espantosa catástrofe”.1

Sin embargo, esto no impidió que Quiroga nombrara a doña Encarnación Ezcurra su representante comercial y le regalara un caballo a don Juan Manuel. Rosas le comentaba a su esposa en una carta la habilidad de Facundo: “Mucho gusto tuve cuando supe que Quiroga te había hecho su apoderada. Este es uno de sus rasgos maestros en política; lo mismo que la remisión de un caballo en los momentos en que lo hizo”.2

En 1834, ante un conflicto desatado entre las provincias de Salta y Tucumán, el gobernador de Buenos Aires, Manuel Vicente Maza (quien respondía políticamente a Rosas), encomendó a Quiroga una gestión mediadora. Tras un éxito parcial, Quiroga emprendió el regreso y fue asesinado el 16 de febrero de 1835 en Barranca Yaco, provincia de Córdoba, por Santos Pérez, un sicario al servicio de los hermanos Reinafé, hombres fuertes de Córdoba, ligados a López. Quiroga se había opuesto tenazmente a los deseos de Estanislao López de imponer a José Vicente Reinafé como gobernador de Córdoba.

Nunca sabremos si porque decían la verdad o por temor a represalias contra su familia, lo cierto es que los Reinafé, ni ante los jueces ni ante la horca, acusaron a Rosas ni a López. Sólo se inculparon entre ellos mismos.

El “manco” Paz cuenta en sus memorias que tras la llegada de la noticia del asesinato de Quiroga a Santa Fe –donde él permanecía detenido– se produjo un “regocijo universal”, y poco faltó “para que se celebrase públicamente”.

La muerte de Quiroga determinó la renuncia de Maza y afianzó entre los legisladores porteños la idea de la necesidad de un gobierno fuerte, de mano dura.

El 3 de marzo de 1835, en vísperas de aceptar la gobernación, Rosas escribía: “Dorrego, Villafañe, Latorre, Quiroga y José Ortiz, todos asesinados por los unitarios, pero ni esto ha de ser bastante para los hombres de las luces y de los principios. ¡Miserables! El sacudimiento será espantoso, y la sangre argentina correrá en proporciones”.3

Pronto Quiroga, de la mano de Sarmiento, se transformaría en un símbolo de la barbarie. El padre del aula y gran maestro lo utilizaría como propaganda política al publicar desde Chile su libro Facundo. Civilización o barbarie, con un objetivo explícito: “Remito a su excelencia un ejemplar del Facundo que he escrito con el objeto de preparar la revolución y preparar los espíritus. Obra improvisada, llena por necesidad de inexactitudes, a designio a veces, no tiene otra importancia que la de ser uno de los tantos medios tocados para ayudar a destruir un gobierno absurdo y preparar el camino de otro nuevo”.4

Referencias:

1 Carta de Rosas a Quiroga desde la hacienda de Figueroa, fechada en San Antonio de Areco, el 20 de diciembre de 1834, en David Peña, Juan Facundo Quiroga, Buenos Aires, 1906.
2  Carlos Ibarguren,  Juan Manuel de Rosas, Buenos Aires, Teoría, 1962.
3 Félix Luna (director), Juan Manuel de Rosas, Buenos Aires, Planeta, colección “Grandes Protagonistas de la Historia Argentina”,1999.
4 Dedicatoria al general Paz, 22 de diciembre de 1845, en Sarmiento, Obras Completas.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar





2 de Abril Día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de Malvinas





Estar en las Malvinas, por Felipe Pigna

Estuve en Malvinas en 2006. Las cosas han cambiado un poco, ahora no solo nos saquean el mar argentino adyacente en busca de kril, mariscos y peces, sino que pretenden extraer nuestro petróleo.

Desde el aire, llegando, se observa aquel mapa escolar que tanto vimos. Encontrar a la hermanita perdida. Tierra lastimada. Muchos cráteres dejados por las bombas y como banda de sonido la voz chilena del comandante de Lan que nos advierte que no podemos filmar o tomar fotos porque estamos en zona militar. Aterrizamos en una base colosal que mete miedo. Es un resumen de la OTAN que nos recuerda a Irak, pero sin embargo, la recepción es cordial. Nos hablan en español y nos desean feliz estadía.

A la salida del aeropuerto de Mont Pleasant, un avión de combate, transformado en monumento, nos recuerda a qué hemos venido y todo comienza a acomodarse. Parte del camino hacia Puerto Stanley para ellos, Puerto Argentino para nosotros, está minado. Cientos de las más de 20.000 minas que están sembradas en las islas se conservan a la vera de la ruta.

Tras una hora de viaje, se insinúa la pequeña ciudad inglesa. A partir de ahora debemos mirar al revés, caminar al revés y manejar al revés. Hay dos o tres Land Rover por cada uno de los 2.500 habitantes. No hay una plaza central como en nuestras ciudades de herencia hispánica. Todo, o casi, transcurre a lo largo de la avenida costanera Ross Road. Allí están los dos hoteles principales, el supermercado, la estación de policía, el banco, la sede del periódico local, Penguin News, las dos iglesias, la protestante y la católica, y el embarcadero que recibe a los miles de turistas que llegan en los barcos que hacen la ruta de la Antártica, como dicen ellos.

El resto son calles paralelas a la Ross Road, donde están los pubs más populares: El Globe Tavern, amigable, y el Victory, no aconsejable para argentinos. Allí se juntan colonialistas intransigentes nostálgicos y vigentes, y su colonialismo antiargentino sube con la gradación alcohólica.

Una frase se repite en las islas: “Tendríamos que hacerle un monumento a Galtieri”. Inmediatamente explican que gracias al beodo general y su aventura político-militar, hoy gozan de un notable nivel de vida con excelentes colegios, hospitales gratuitos y servicios públicos eficientes. Insisten “tendríamos que hacerle un monumento”, guiñan un ojo invariablemente azul celeste y rematan: “Pero no se preocupen, no se lo vamos a hacer”.

La que no tiene un monumento pero sí una importante calle es Thatcher. La odiosa y recalcitrante “Dama de Hierro”, que murió en abril de 2013, luce su Thatcher Drive frente al mar, a metros del monumento a la Victoria, o sea a nuestra derrota. Es un importante grupo escultórico rodeado de placas de mármol que recuerdan a los británicos muertos en la guerra. Allí nunca faltan flores.

La gente es cordial en Puerto Argentino (Stanley, como lo llaman los británicos). No hay caras raras al escuchar nuestra procedencia y se interesan en contarnos sus vínculos con la Argentina: años de estudios en Córdoba, un hijo nacido en el Hospital Británico de Buenos Aires, ciudad que admiran y a la que todos quieren volver. Andan por ahí como nuevos ricos y, como tales, han podido decidir que hay tareas que ya no son para ellos. Para eso están los chilenos y los isleños de Santa Helena y Ascensión, dos colonias inglesas.

Para ir al cine hay que trasladarse a la base militar. Mi cabeza se entretiene en el paisaje pero mi corazón mira para los montes que rodean la ciudad. Allí están el Longdon, el Kent, la zona de Hales y Tumbletown. Todos hombres de batallas. Accidentes geográficos accidentados. Tumbas de nuestros muchachos. Me duermo pensando en el otro día, en el día de estar ahí, con ellos-sin ellos, los nuestros.

El último combate es entre el 13 y el 14 de junio de 1982. A miles de kilómetros un general borracho y sus secuaces de las “tres armas”, con la calefacción de junio, deciden que no hay que rendirse hasta no perder las dos terceras partes de las tropas, unos ocho mil pibes. Él decidía, los nuestros ponían el cuerpo. Pero Mario Benjamín Menéndez desobedeció, no para salvar vidas ajenas, sino, como durante toda la guerra, la propia.

A medida que subimos por la ladera del monte, el óxido delata la cercanía de las trincheras. Cuevas en la tierra dura, en las piedras donde trataban de guarecerse, del honor que se volvía mala fortuna, de la soledad, de la arbitrariedad de algunos oficiales, de los estacamientos de la turba helada, del hambre a pesar de los depósitos llenos de comida enviada por gente que todavía creía que los genocidas podían hacer algo por la patria y dejar de robar aunque fuera por un rato. Pero no. Había que guarecerse contra todo eso y ponerles el pecho a las balas inglesas, a los cuchillos gurkas y a los bombardeos. Eran pibes, pibes de 18 años con apellidos correntinos, salteños, platenses, chaqueños, argentinos de un solo apellido.

No tengo curiosidad, tengo un profundo respeto y dolor. Mi vista y mi cuerpo van hacia el pozo y ahí están las zapatillas Flecha, una manta, un tubo de Odol gastado apretado hasta la nada. Una cantimplora y mucha vida dejada ahí, en lo profundo de nuestra tierra malvinera. Y hay vainas de balas, cientos de ellas, como testigos de que ahí se peleó hasta el final. ¿Qué fue de aquellos chicos que dejaron sus señales de vida en Longdon y por todos lados? ¿Me estará leyendo alguno de ellos?

Darwin, nombre que remite a la evolución humana, es aquí el sitio de nuestro cementerio, Argentina Cemetery, el de nuestros muertos. Está en la cima de una colina. Cada tumba tiene un rosario azul invariablemente agitado por el viento. La mayoría de ellas son anónimas y sobre un mármol negro puede leerse “soldado argentino solo conocido por Dios”. La congoja y la bronca andan juntas por Darwin, y suben desde la tierra por aquellas soledades de la isla Soledad hasta nublarnos los ojos.

Menuda y necesaria tarea la de convertir la memoria en historia, que no es olvido sino todo lo contrario. La de separar la paja del trigo. La de denunciar a los soberbios jefes de aquella dictadura asesina y decadente, a aquellos profesionales de la guerra que solo podían guerrear con eficiencia cuando sus armas apuntaban contra su propio pueblo y homenajear a los oficiales y suboficiales dignos, que los hubo, y a aquellos chicos de la guerra que se encontraron de pronto, brutalmente, con la adultez, que no tenía aquella cara plácida, contra propios y extraños por una causa noble y justa, conducidos por innobles e injustos comandantes.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar